Este mes está destinado a uno de los mayores géneros musicales del país. El pasillo pervive y se proyecta gracias a elementos como el texto, la memoria, el fonograma y la radiodifusión. En el primer caso, la bibliografía acumulada, sin ser excesiva, ha constituido un canon discursivo de apreciable interés para estudiosos y seguidores: desde unas primeras notas rastreables en ya extintas publicaciones periódicas de la primera mitad del siglo XX, pasando por un libro con carácter de hito: Florilegio del pasillo ecuatoriano, de Alberto Morlás, hasta aproximaciones más metódicas, como las de Pablo Guerrero, Julio Bueno, Mario Godoy, Juan Mullo… sin olvidar compilaciones de letras, cancioneros y otros trabajos que hacen parte del canon antes aludido. Así se desprende de la investigación en torno a este género, para su declaratoria como Patrimonio Inmaterial de Ecuador.
A los testimonios textuales algún momento habrá que incorporar materiales inéditos de apreciable interés, tal el caso de material que Morlás Gutiérrez compiló en vida con miras a nuevos tomos de su Florilegio u otro cuerpo muy singular: el Álbum de pasillos, de Gonzalo Benítez, en el que pacientemente agrupó, mecanografiadas, las letras de decenas de canciones que cantó en solitario o en dúos con Luis Alberto Valencia. Mientras los materiales de Morlás se encuentran en archivos particulares, desconocemos el destino que haya tenido el llamativo álbum de Benítez.
En la memoria de las gentes indudablemente el pasillo está presente: frente a géneros como el sanjuanito o el yaraví, de proyección regional, el pasillo vive en la mentalidad del pueblo mestizo de las cuatro regiones de Ecuador, sin olvidar la presencia en la memoria del migrante, para el que, hace años, fue pensado un trabajo fonográfico de José Parra que comprendía varios pasillos cantados en inglés. Y hay, en este sentido, pasillos que muestran una variedad de sentimientos: el desarraigo (Romance de mi destino); el romance (Arias íntimas); el fracaso existencial (Carnaval de la vida); la ilusión (Ensueño); la tierra (Manabí, Guayaquil de mis amores, Alma lojana), la soledad (Sentirse solo); la madre (Ojos maternales)…
El fonograma, qué duda cabe, ha actuado como un poderoso motor de pervivencia y proyección del pasillo: desde las añejas grabaciones de extranjeros, como Margarita Cueto, Juan Arvizu a las primeras grabaciones con artistas nacionales: las promovidas por Antenor Encalada o las hechas por Ibáñez y Safadi al presente, que gracias a la tecnología digital permite seguir apreciando de estos y otros intérpretes: Benítez y Valencia, Miño Naranjo, Mendoza Suasti, Carlota Jaramillo, Pepe y Julio Jaramillo, Olimpo Cárdenas, Patricia González… Si de estilos interpretativos se trata, baste citar instrumentistas y diversos tipos de ensamble que le dieron y le dan nuevas sonoridades al pasillo: orquestas, bandas, pianistas, violinistas, tecladistas… Ahora, tras pasar la ‘época de oro’ en los años 50, el pasillo precisa recrearse, reinventarse para que sea contemporáneo. (O)