Un pensamiento fugaz rayado sobre una Polaroid es la forma en la que Isadora Romero y Misha Vallejo nos impelen a reflexionar acerca del último gran terremoto que sacudió la Costa ecuatoriana. irando desde arriba hacia el bulevar de las Naciones Unidas —específicamente desde aquel paso peatonal que une las aceras de esta arteria del norte de Quito— se pueden observar actualmente unos cubos de 3 x 3 m situados en la mitad del paso peatonal, aquel que colinda con el parque La Carolina. Abstrayendo un poco la mirada es posible imaginar a esos cubos como piedras en un río hecho de gente, río que corre en doble sentido, va y viene. Supongamos que cada persona es una gota de ese río. Algunas gotas navegan con veloz indiferencia a un lado de los cubos, pero otras se detienen en su cercanía, en ocasiones se alejan, pero también hay aquellas que lo rodean con lentitud: frenan su marcha presurosa y empiezan a girar en una espiral que incluso los obliga a detenerse. Descendamos. Las gotas tienen rostro, y esos rostros, al situarse frente a los cubos, cambian de expresión. ¿De qué están hechas las caras laterales de los cubos? Cada una de ellas muestra una versión gigante de una fotografía Polaroid, en blanco y negro, siempre retratando una persona —a veces varias— y un texto escrito con marcador azul o negro. Es fácil darse cuenta de que las imágenes hablan del terremoto acaecido en abril en Esmeraldas y Manabí, y que las personas retratadas son aquellas que vivieron el desastre natural más grave ocurrido en el Ecuador desde que entramos al nuevo milenio. «Pude ver a una persona con pinta de empresario ocupado que pasaba por el bulevar, y cuando vio la primera foto, se quedó allí, y luego se dio toda la vuelta al cubo para ver cada una de las fotografías. Es agradable ver que algo que tú haces le llegue a una persona que a primera vista parece indiferente», me comentó Misha Vallejo, quien junto con Isadora Romero es autor de la exposición Puño y letra (rebautizada por los curadores de la obra como De la tristeza a la esperanza) que actualmente se exhibe, con auspicio del Municipio de Quito, en el bulevar de las Naciones Unidas. El proyecto fotográfico de Isadora Romero y Misha Vallejo inició una semana después de ocurrido el terremoto. Ambos estaban convencidos de que tenían que ir de alguna u otra forma. La solidaridad que unió a los ecuatorianos esa primera semana luego de la tragedia, en la mente de estos dos fotógrafos tenía que traducirse en un proyecto que amplíe la mirada de este evento que desmoronó los cimientos de muchas vidas. Encontraron la oportunidad de acceder a la zona afectada al juntarse a una caravana de Radio Pichincha Universal, quienes les dieron la oportunidad de acompañarlos y desarrollar su propuesta. Desde que salieron de la capital, tenían claro que usarían una cámara Polaroid para retratar a los damnificados. «Es algo muy personal, muy íntimo», explica Misha Vallejo, quien añadió que el formato de la Polaroid puede ser análogo de la manera en que funciona la memoria. «Nosotros tendemos a olvidarnos rápido de las cosas. La Polaroid tiene esa naturaleza, la imagen se afecta con facilidad, queda sobreexpuesta o tiene ciertos detalles en los márgenes que modifican lo fotografiado». El proyecto pretende entonces causar un sentimiento de lejanía con relación a un evento que realmente no ocurrió hace mucho. Con esa idea concuerda Patricia Tapia, de 22 años, una de los transeúntes que recorrió la galería —como parte del río de gente— y que se detuvo a analizar las imágenes. «Primero me transmitió nostalgia, me pegó mucho porque es algo que está sucediendo en el país. No está pasando conmigo, pero es mi país, son mis hermanos. Creo que lo hicieron así porque una Polaroid captura un momento espontáneo, no es algo que se piense demasiado…». El formato de la Polaroid es íntimo por varios motivos. En primer lugar porque dentro de la historia de la fotografía fue la primera vez que estaba al alcance del público obtener una imagen no solo de manera inmediata, sino directa, sin necesidad de que exista una mediación con un laboratorio que revele las imágenes, es decir, una mirada adicional que rompa el encanto. Más de cincuenta años después de la popularización de la primera cámara instantánea (el artefacto fue inventado por Edwin Land en 1948, pero fue en la década de 1960 cuando la Polaroid modelo 20 Swinger se convirtió en una de las más vendidas del mundo) este formato sobrevive principalmente en la memoria y nos remite al tiempo de la película y el revelado. Esta nostalgia ha sido aprovechada, por ejemplo, por Instagram, cuyo concepto se inspira (el formato de la fotografía, los filtros fotográficos e incluso el logo) en la vieja Polaroid. Las gigantescas fotografías que se exhiben en el bulevar de la Naciones Unidas muestran un momento íntimo allí donde la intimidad ha sido desgarrada por los movimientos telúricos: «Soy Betty Arteaga y la pared en que Dios me dio la oportunidad de seguir viviendo con mi esposo en 16 de Abril 2016»1, reza una de las imágenes de la exposición en la que Betty se muestra con una mascarilla en la boca y detrás, las ruinas de un edificio. Desde los refugios o desde los vestigios de sus casas, los sobrevivientes de la tragedia se mostraban ansiosos por contar sus historias —según cuentan los fotógrafos que realizaron la exposición—, por mostrar cómo se desarmó un pedazo de su vida y, sin embargo, siguen ahí, con la capacidad de dar pasos adelante. Ahora deben dormir afuera, bajo el cielo, entonces ya no existe un sentido de intimidad y más bien se debe compartir la tragedia con los demás. Misha Vallejo e Isadora Romero pasaron una semana en varias de las ciudades manabitas más afectadas por el terremoto: San Vicente, Canoa, Portoviejo, Pedernales. «El primer día llegamos a San Vicente y nos quedamos en la casa de la hermana de uno de los chicos de la radio que estaba afectada, entonces dormimos en carpa a pesar de que la casa no estaba tan afectada. Nosotros dormimos en un balcón de esta casa. Vivimos las réplicas y todo», narra Isadora Romero. En su experiencia, el momento crítico del viaje llegó la primera noche luego de iniciar su labor, pues los dos fotógrafos entraron en crisis al momento de cuestionarse los motivos de su viaje. «No habíamos planeado algunos detalles del proyecto y todo pasó tan rápido. Nos preguntamos por qué realmente fuimos». Para ese momento, todavía faltaba un detalle que posteriormente daría nombre a la muestra exhibida hoy. Que los mismos fotografiados escribieran aquello que tenían en mente al momento de realizar la captura. Ese instante fugaz que capta de manera muy personal la Polaroid, queda rayado por un pensamiento que revela la intensidad de los momentos vividos. «PEDERNALES 7.8 NO dERRUMBAN A 1.5 MILLONES DE MANAbiTAS CON GANAS dE VOLVER A EMPEZAR». La firma, las palabras que se grabaron con ese marcador azul son como un señuelo hacia los pensamientos de las personas que están en la fotografía. Es una sentencia que ilumina la mente de las personas que se muestran y muestran su mundo en una Polaroid igual de imprecisa y fugaz. Que las personas que vivieron tal tragedia inviten a los fotógrafos a ser parte de la reconstrucción de sus vidas parte de la necesidad que tenían de ser escuchados, de contar sus historias. «Antes de iniciar el proyecto nos pusimos a pensar de qué manera podíamos ayudar. Estaba interesada en hacer un proyecto en el que también se tome en cuenta la dimensión psicológica de las personas afectadas. Entonces hablé con un par de psicólogos y estuve investigando un poco, entendí que lo más importante que podíamos hacer dentro de la emergencia era escuchar», explica Isadora Romero. Ambos fotógrafos, a medida que recorrían refugios y ruinas, se dieron cuenta de que era cierto. Los damnificados necesitaban ser escuchados, compartir un momento, sacar lo que tienen dentro y después quizás hacer alguna broma. La vida continúa. Casi al mediodía de un domingo por la mañana, Felipe Jácome, fotógrafo de profesión, descendió por el paso peatonal en su bicicleta e instantáneamente, al ver los cubos, se quedó rodando alrededor de ellos. «Cuando la gente escribe su mensaje se vuelve algo muy participativo. Al usar este tipo de Polaroid la muestra tiene un aire un poco misterioso, de algo que está encapsulado en el tiempo, pero que también se está yendo. Al ser algo participativo, al pedir un comentario, se vuelve algo activo, algo compartido». La Secretaría de Cultura del Municipio de Quito auspició la exhibición del trabajo de Misha Vallejo e Isadora Romero y ellos propusieron colocar la muestra en un espacio público. Alfonso Espinosa Andrade, representante de este organismo, afirma que la idea de la exposición es mostrar un lado menos trágico del suceso, exponer la actitud combativa y valiente del pueblo manabita, pero al mismo tiempo que sea una excusa para que los quiteños recuerden que «los hermanos en la Costa aún están necesitando de ayuda». Además explicó que «el bulevar de la Naciones Unidas es una zona de tránsito muy alta. Aunque no tengo al momento una cifra exacta, no deben de ser menos de 7 mil u 8 mil personas que circulan esta avenida a diario a lo largo del día», sin considerar los fines de semana. La exposición podrá ser vista en el sitio hasta agosto. Quienes atraviesan un domingo por la mañana la Naciones Unidas a pie tienen los más variados aspectos, edades, clases sociales. Es difícil decir quiénes muestran mayor sensibilidad ante las imágenes, si jóvenes o ancianos, si ricos o pobres, si hombres o mujeres. Doménica Cadena, estudiante de Derecho de la Universidad Nacional de Chimborazo, vivió la experiencia de recorrer la galería esta manera: «Lo primero que siento al pasar por aquí es como un llamado. Siento que me dicen ¡hey, pasa algo! no finjas que no pasó nada ni actúes como si nada sucedió. Seguimos ahí y el dolor sigue ahí». «La fe no se pierde, somos fuertes», reza uno de los mensajes que acompaña el retrato de una mujer joven y una mujer mayor. No sabemos los nombres de las personas que vemos de manera tan cercana, ellos tampoco saben —¿o ya se enteraron?— que sus retratos ahora son exhibidos en la capital y que son observados por miles de personas. «A la mitad del proceso con Misha nos preguntamos qué vamos a hacer con este material, cómo podemos hacer que llegue a otras personas», explica Isadora, y Misha complementa: «Estuvimos también contactando a otros medios, principalmente internacionales, pero hasta ahora no hemos recibido respuesta. Te das cuenta de que el interés al respecto de este tema está decayendo, no solo a nivel de la población sino también a nivel de medios. Fue una gran alegría cuando Pablo Corral se sumó a la iniciativa, puesto que nos parecía muy importante compartir esta experiencia». De las ochenta fotografías que se tomaron a través de la Polaroid, se decidió exhibir treinta de ellas. Son, por lo tanto, ochenta historias trágicas que los fotógrafos tuvieron que escuchar. «También teníamos en la mente que si nosotros íbamos era con el afán de ayudar y no de convertirnos en una carga, entonces esta predisposición nos dio la fortaleza que necesitábamos. No nos podíamos dar el lujo de descomponernos», explica Misha Vallejo. El proceso para acercarse a las personas era inicialmente conversar con ellas, que les relataran lo sucedido, y luego les preguntaban dónde y cómo querían hacerse la fotografía. Mientras la fotografía se revelaba, a la expectativa de la imagen, las conversaciones continuaban. «Sí es bueno que expongan estas fotografías porque así se pueden enmendar los errores para evitar estas tragedias. Esto nos lleva a pensar en el bien de toda la humanidad, no solo individualmente. Es importante también que la gente rica vea cómo somos nosotros los pobres», comentó Marcelo Cruz, un hombre mayor, cuando le pregunté por qué le llamó la atención la exhibición. También hay quienes no miran las fotografías o quienes quieren mirarlas sin que nadie les interrumpa. El parpadeo de la cámara es semejante a aquel con el que estas 30 personas, cuyo testimonio fue compartido a través de un retrato y de una idea, vieron sus vidas derrumbarse. Otro parpadeo toma nuevamente levantarse, y si no se puede hacerlo con las piernas, sí con la voluntad. «Con fe y esperanza reconstruiremos nuestro templo» reza una de las fotografías que muestra las ruinas de una iglesia y a quien suponemos su párroco al frente de ella. Mientras observaba esa foto en medio del río de personas, en el que yo también me sumergí, un hombre canoso se me acercó y me preguntó si sabía lo que ese hombre quería decir con templo. Me fijé en los escombros, en los restos del mural que apenas insinúan un paraíso, en el techo caído, pero finalmente me centré en la mirada del hombre que figuraba en el retrato. Me alcé de hombros para no decir una obviedad, y cuando notó que me rendí, contestó: «Por supuesto que no se refiere a la iglesia». Luego se fue sin querer explicarme nada más o tan siquiera decirme su nombre. Notas Se conserva la grafía original, como se lo hizo al realizar la exposición. Este detalle ofendió, por ejemplo, a Patricia Vargas, transeúnte que recorrió el bulevar el día de la exposición: «La mayoría tiene unas faltas ortográficas tremendas, deberían como mínimo, los que hicieron la exposición, corregirlas». {unitegallery 17_07_16_cp_fotos}