Leila Guerriero es parte de esa generación de cronistas que se han vuelto referentes del periodismo narrativo en América Latina. Iniciada en Página/30, revista mensual del periódico Página/12, Guerriero es de esos periodistas cuyos trabajos para varios medios se convierten en libros: ha publicado Frutos extraños, un conjunto de crónicas reunidas entre 2001 y 2008 o Plano americano, que recoge 21 perfiles de artistas latinoamericanos que se habían publicado en diferentes medios. En 2007, publicó en el diario La Nación de Argentina la crónica ‘Guayaquil, la regenerada’, que habla de la ciudad a la que hace poco volvió esta argentina como invitada de la Feria Internacional del Libro Guayaquil es mi destino para leer y crecer. ¿Qué te hace, en esencia, periodista? ¿Cómo te defines? La curiosidad, supongo, y la voluntad de ir en contra del lugar común. Me interesa mucho discutir ideas preestablecidas sobre algunas realidades que a mí no me parecen tan lineales. Si tuviera que pensar algo que recorre un poco todo el trabajo que trato de hacer, es eso. Es como mirar cosas que otros han mirado de una distinta forma, fuera del lugar común. ¿Cuándo empieza una periodista autodidacta a definirse como tal? ¿Cuándo te diste cuenta de que eras periodista? Me sentí periodista, me acuerdo hasta el día de hoy, cuando en la Argentina y en todos lados tenías que llenar una ficha para salir por migraciones del aeropuerto. Me acuerdo de la primera vez que me fui de viaje fuera del país. No recuerdo si serían vacaciones o qué, y en la ficha de migraciones puse con un placer infinito “profesión/oficio: periodista”. Tú dijiste en una conferencia en el décimo aniversario de la revista Malpensante que te sientes como: “Una virgen vieja y tozuda en el periodismo”. Yo lo decía un poco porque nunca tomé una clase de periodismo. Me sentía como la última periodista salvaje porque ahora todo el mundo estudia, hace masterados, posgrados y posdoctorados. No tomé una clase de periodismo formal, nunca fui a un taller, nunca fui alumna de periodismo, fui a algunas otras cosas, pero nunca periodismo, ni en la Universidad, ni en forma privada, ni nada. Me eduqué en redacción, con editores muy buenos que me formaron y me enseñaron. No es que yo broté, que no le debo nada a nadie, no. Le debo mucho a mucha gente que me educó, pero siempre en el trabajo. Sigo pensando que es una buena manera de formarse, trabajando. La gente de mi generación se formaba en las redacciones. Estudiábamos letras o historia y después nos hacíamos periodistas. ¿Cuál es el valor del periodista ahora? Me parece que el periodismo es como algo muy necesario, muy saludable, muy sano para las sociedades. No me parece que una sociedad sana sea una sociedad sin periodistas o con periodistas que sean adeptos o acólitos del poder de turno. El rol del periodismo siempre ha sido el de ejercer una mirada punzante, en diagonal, crítica. Y por supuesto dentro de eso hay de todo, tampoco podemos decir que los periodistas somos todos nobles, los periodistas también somos una caterva rara. Entonces, ¿cómo miras esa tensión entre periodistas y medios ahora que se reducen las plantillas, que los periodistas son reemplazados por especialistas? Siento que hay cosas que van a caer por su propio peso. Me parece que los diarios ya se están desprendiendo, de una manera bastante irracional, de algunos de los mejores periodistas que tienen. Eso pasa en todos lados. Uno ve que incluso por edad o por demasiados años en el periódico los quitan, porque los salarios les parecen demasiado altos. Pero, por otro lado, la relación de los periodistas y los medios fue siempre bastante conflictiva. Siempre le estamos haciendo huelgas al periódico, discutiéndoles a los jefes el sueldo, haciendo paro con las comisiones internas. Esto no es algo de ahora. En los contenidos también hay una discusión fuerte. A veces, uno mira que quienes hacen las redacciones son de una manera y los periódicos son de otra. Sí, es verdad eso. En ese sentido, se ha retrocedido, si pensás en periódicos como Página/12, cuya opinión fue muy crítica en su momento, cuando lo fundó Lanata. Eran periódicos en los que claramente podías reconocer voces, reconocer miradas. Eran diarios de periodistas. Eran diarios de autor. Sí, realmente diarios de periodistas. Pero nos cabe a los periodistas una responsabilidad de que ya no sea así: no podemos delegar toda esa responsabilidad en los medios y sus dueños. Muchos periodistas se han convencido de que cualquiera puede hacer periodismo (por ejemplo, el periodismo ciudadano), pero un periodista establece una cantidad de lecturas de la realidad que le da la experiencia, cultiva una fuente, contrasta información, la chequea, lee la red de determinada manera, cuando va a escribir el texto se fija si ese texto está equilibrado, que honestamente le hace estar a la altura de la realidad que quiere retratar. No sé si cualquier persona que pasa por la calle tiene la habilidad de hacer eso, así como no cualquier persona te puede operar de apendicitis. Vos no le dirías a un ciudadano que pase por la calle: “Por favor, ¿me opera?”. Pero se diría que ahora hay “un ciudadano, un medio”... ¿Cómo miras esa posibilidad? No creo. Me parece un poco antipático ese acto de decir que cualquiera puede ser periodista o que cualquiera puede ser fotógrafo o que cualquiera pueda tener una mirada... O que cualquiera se pueda expresar a través de un medio. Creo que la gente tiene derecho de expresar una opinión, de decir: “Pasé por la esquina y justo le saqué una foto al terrorista que puso la bomba”. Buenísimo, pero eso no lo transforma en periodista: es alguien que estaba en el lugar indicado en el momento justo. Ahora, uno tiene otra capacidad de lectura de esa realidad. Podés hacer una lectura más profunda, más hojaldrada... Tenés el contexto histórico, político, social, cultural, etc. No quiero decir que el ciudadano común sea un alcornoque que no puede hacer todo esto, no pretendo ser socióloga, pero me parece que decirle a todo el mundo que puede ser periodista es un acto de demagogia, una especie de ‘manotazo de ahogado de los periódicos’ para decir “ustedes también pueden, vengan, vengan”. Y claro: también es barato. Si tenés cuarenta millones de tipos mandando fotitos y tuits, en vez de pagarles a diez periodistas buenos de planta que “hagan lo mismo”, vas a trabajar gratis con cuarenta millones de tipos que te mandan cosas. →El patrimonio principal de un periodista es tener su cabeza bien amueblada. Un periodista es una persona informada pero no solo de la actualidad. La gente tiene la idea de que un periodista solo maneja la actualidad, pero lo que debe hacer es leer la actualidad desde un contexto histórico más profundo. ¿Qué nos diferencia del ciudadano común? El patrimonio principal de un periodista es tener su cabeza bien amueblada, como dice una amiga mía, Andrea Palet, editora chilena. Es decir: una cantidad de herramientas e instrumentos, pero no que tenga que ver con el oficio, sino lo que llamábamos antes “cultura general”..., de memoria, de lecturas. Aunque hagas periodismo de espectáculo, no podés evitar saber cúal es la realidad política, social, cultural de tu continente. No puedes tener una mirada cándida sobre la realidad de Argentina, Venezuela, Colombia, México, y ojalá tengas una mirada que te deje leer el mundo de una manera más interesante. Hay cosas que no puedes ignorar: la literatura, el cine, los grandes maestros de la fotografía, la arquitectura, la filosofía. Un periodista es una persona que está bien informada, pero no solo de la actualidad. La gente tiene la idea de que un periodista solo maneja la actualidad, pero un periodista lo que hace es leer la actualidad desde un contexto histórico más profundo. Lo único que nos explica el presente es el pasado, a veces inmediato y a veces un poco anterior. ¿Cómo diferencias a la hora de abordar la realidad entre lo importante, lo urgente y lo interesante? Urgente casi nunca, porque no hago cosas muy rápidas. Quizás lo primero en que me preocupo cuando estoy haciendo una crónica es el qué quiero decir, que va apareciendo de a poco con el reporteo; cuando tengo que trabajar muy rápido, releo todo el material que haya disponible, tratando de buscar qué es lo que no se ha dicho o la mirada nueva que yo puedo aportar. ¿Y lo importante? Para mí lo importante se presenta al momento de repasar todo el material que tengo del reporteo, ahí se va revelando lo que quiero decir a una persona. Y lo importante suena un poco como lo que yo llamo los patrones, los ejes sobre los que se construye la identidad de una persona o de una historia. En un perfil X de una persona, empezás a hacer el reporteo entre que visitas gente que lo conoció, conocés su obra, lo entrevistás a él, volvés a entrevistar gente que lo conoció, seguís leyendo su obra..., al final te juntas con todo eso. Ese perfil tiene que estar diciendo lo que yo entendí de la realidad que me mostró, que descubrí, que resulta importante: esos son los ejes que cuentan esa personalidad. Vas descubriendo y sobre esos ejes vas montando un poco el carril. El patrimonio principal de un periodista es tener su cabeza bien amueblada. Un periodista es una persona informada pero no solo de la actualidad. La gente tiene la idea de que un periodista solo maneja la actualidad, pero lo que debe hacer es leer la actualidad desde un contexto histórico más profundo. Parecería que ahora está de moda ser cronista, que todo el mundo quisiera escribir y publicar crónicas y no sé si haya público. ¿Nos estamos inventando un mundo en que la crónica es lo máximo y que todos leemos ese género? A mí me parece que la gente que hace periodismo narrativo no cree que esto sea mejor que hacer periodismo de diario o periodismo político o mejor que hacer grandes columnas en revistas y periódicos. Yo no creo eso. Me parece que es un género que uno termina cultivando, producto de alguna habilidad que uno tiene mezclado también con una serie de inhabilidades e imposibilidades. No creo que seamos los periodistas los que digamos que la crónica es fantástica. Al contrario, bastantes somos críticos: lo peor que le puede pasar al periodismo narrativo, a la crónica, es ponerse de moda. Me parece ridículo y tonto que un periodista sienta que se recibe de periodista solo cuando hace su gran texto de periodismo narrativo. Pero parece que efectivamente se trata de una moda y cuando se les pone a los periodistas no en moda si no en el rigor del oficio las cosas cambian. Por ejemplo, en el caso de EL TELÉGRAFO, parte del trabajo de nuestros periodistas es viajar y hacer crónicas de pueblos del Ecuador. Un reportero no puede lanzarse a la nada a ver qué hay, tiene que hacer un reporteo previo desde su lugar de origen, llamar a la gente “hola que tal, quisiera hablar con una comisión de vecinos”, conocer el terreno desde antes de llegar al terreno, leer la historia del pueblo, cuáles son los personajes del pueblo qué vale contar, a lo mejor hay un profesor de inglés que es transexual y trabaja en el jardín de infantes o por ahí es un pueblo súper conservador o tienen una fiesta de los mellizos porque es la parte donde hay más mellizos en el mundo. Toda esa información previa te va dando líneas narrativas. Después tienes que ir a ese lugar y ver con qué te encontrás. La crónica se ha instalado para mucha gente en un imaginario extraño que la ubica como la forma de hacer periodismo más interesante. He leído columnas de opinión que he recortado, yo recorto mucho los periódicos y pequeños perfiles de unos periodistas en la argentina que se llaman Mariano Enríquez y Juan Filloy, que son joyas perfectas en tres columnas. Entonces hay un periodista que conoce mucho del tema del que habla y está puesto en una forma delicadísima, preciosa, perfecta, poderosa, sólida, etc. No me parece que la crónica sea un género mejor. Sí me parece que es un género que tiene que ver con lo que vos decías antes: que los periodistas consumimos mucho, y no me parece que esté mal, me parece que algo pasa con la crónica pero está lejos de ser un fenómeno de masas, es un fenómeno de nicho, y eso no le quita ningún mérito. Y por qué crees que la crónica latinoamericana tiene un peso y un prestigio significativo en los últimos tiempos. Yo creo que eso tiene mucho que ver con algunos fenómenos muy continentales te diría, la aparición hace 15 - 20 años de revistas como Gatopardo, El Malpensante, Soho, Etiqueta Negra..., que han propiciado estabilidad al periodismo narrativo: reinstalaron la idea del editor como un editor que trabaja con el texto y el periodista. No es alguien que recibe un texto y lo publica como lo primero que recibe, sino que lo trabaja, hace distintas versiones. Se cultiva una relación distinta entre un editor y un periodista. Por otro lado, creo que no es menor la existencia de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. Una fundación con la vocación de propiciar el periodismo bien hecho, de alguna forma es como hablar de periodismo enseñado por periodistas para periodistas. Es puro periodismo. Desde el arranque. Y creo que lo han entendido bien: no han puesto en un taller a un profesor que nunca hizo periodismo en su vida, sino a los que fueron y son grandes periodistas latinoamericanos: Villoro, Guillermo Prieto, Caparotto, Martínez. Esa gente, digamos, vino a ocupar el lugar de referente para una generación de periodistas que tenían como referente a los gringos: a Truman Capote, Tom Wolfe, Norman Mailer... Me parece que no desbancaron a los anglosajones, sino que ahora hay una cantidad de chicos jóvenes con referentes periodísticos latinoamericanos, gente que ha vivido sus mismos problemas, sus mismas precariedades sociales, sus mismas dictaduras, sus mismos abusos policiales, etc. Entonces, eso cambia el mapa. ¿Qué ves en la crónica actual? ¿Cuáles son sus rasgos más visibles? No sé si haya un hilo conductor que sea común a toda la crónica, siento que de a poco se van abriendo más los temas. Me parece que antes estábamos muy focalizados en cosas raras, en los marginales. Y ahora veo que empiezan a aparecer crónicas sobre deportistas, ciencia, el mundo de las clases altas. De a poco, pero muy de a poco. ¿Por qué no se han metido con el poder los cronistas? ¿Hay una barrera? ¿Hay un temor? ¿Qué hay? Me parece que las dos cosas. Hay una dificultad de acceso. El poderoso siempre está como más inaccesible, incluso físicamente: tenés que pasar por su agente de prensa, etc. Y por otra parte, está mucho más prevenido. Hasta vencer esa resistencia puede pasar un poco más de tiempo. Y, por supuesto, el poderoso tiene una capacidad de reacción incluso desde el punto de vista legal que no se compara con la capacidad de reacción que puede tener una persona común. Los periodistas siempre tendemos a pensar que los poderosos son unas personas satánicas, malísimas, que son los culpables de todo lo que nos pasa. ¿Cómo tú miras esto de que los cronistas no hablan de lo que pasa con nuestros gobiernos progresistas de América Latina? ¿Por qué no se han hablado, a través de la crónica, sobre estos procesos de cambio que han sacado de la pobreza a un montón de gente? No sé si es así tan monolíticamente. Creo que hay miradas interesantes. En Gatopardo que es una revista que yo edito, vamos a sacar una serie de perfiles de los presidentes. Necesariamente en esos perfiles vamos a pintar a estas personas en su totalidad, sin estar ni como a favor ni en contra. Un presidente no está exento de la realidad que le rodea. A mí me parece que hay una cosa muy parcializada ante la mirada de los gobiernos que están más en el ojo de la tormenta: Correa, Kirchner, Maduro, Evo, etc. Se hacen crónicas de los pobres, de los marginados, de los desplazados, pero no de los que han salido de la pobreza. En todo caso yo creo que no es que habría que contar más de esas historias, sino tratar que las historias estén equilibradas todas, como decir: a mí me parece que uno como periodista tiene que tener la vocación de contar una realidad de una manera honesta. Por eso digo que yo no creo en estas divisiones tajantes de decir “bueno, ahora todo el mundo está mucho mejor”, y los otros dicen “no, ahora está todo mucho peor”. Creo que hay que hacer crónicas un poco más totalizadoras, que cuenten. Realmente la crónica es una gran oportunidad de desentrañar realidades complejas, como la de nuestros países. En este momento vemos en Ecuador, Venezuela, Bolivia, Brasil, Argentina que hay una idea de que los periodistas son buenos o malos según o que pase en el gobierno. ¿Por qué? Creo que es un discurso que se instaló desde el poder. Parece que desde los gobiernos hay una posición tozuda, de decir: “Si nos critican, son el enemigo, enemigos de la patria”. Y no me parece, porque la mirada del periodista tiene que ser, primero que nada, crítica. ‘Crítica’ no quiere decir criticar mal, quiere decir mirar bien y contar un poco todo. Yo siento que a veces los gobiernos de nuestros países pretenden un periodismo como laudatorio, manso, un poco militante. Creo que esta disputa empezó a instalarse de un lado, y del otro lado se empezó a responder de una manera que no tiene ninguna relación, que tampoco es una manera sólida, seria, de responder a eso. ¿Cómo miras esta corriente de pensamiento que se está construyendo de que la información es un bien público y por lo tanto el periodismo también tiene que ser entendido como un servicio público? El periodismo tiene mucho de servicio, es ponerse al servicio de muchas cosas. Primero que nada, el periodista tiene que estar al servicio de la historia: lo que le pasa al periodista no le importa a nadie, debe tener como un olvido de sí. Ahí sí hay una especie de entrega. Por otro lado, si yo cuento una historia, ocupo unas cuantas páginas de un periódico, de una revista, eso que yo cuento brinda un servicio, lo que pasa es que se está entendiendo aquello del servicio público casi como el 1800 o la Cruz Roja. El periodismo no es la Cruz Roja: su servicio tiene que ver con visibilizar, iluminar de otra manera la realidad, o llevar al lector al lugar en el que no había estado nunca y ofrecerle una mirada quizás nueva, distinta sobre ese lugar. Tampoco puede entenderse como la justicia, la policía ni el gobierno. No. El periodismo de investigación, que es el más puro y duro, se define como aquel que quiere echar luz sobre algo que se niega en principio a ser revelado, pero eso quiere decir que está remplazando a la justicia. Yo publicaré mis notas y la justicia actuará; pero yo no puedo pretender erigirme en un poder del Estado. El periodismo no es un poder del Estado. ¿Y cómo quieres terminar la carrera de periodista? Muerta. Con los pies para adelante.