Javier Vásconez confronta su narrativa con sus propias convicciones y con sus dudas. A veces con más énfasis en las primeras que en las segundas y viceversa. Abre unos espacios para la búsqueda de personajes, pero se devuelve a los suyos, a los de siempre (un siempre relativo, si se mira desde el sentido de una obra narrativa). En diferentes dimensiones o capas narrativas hay una confrontación de dos niveles: sus personajes y sus geografías. Es decir, se asume como un escritor en ese sentido nabokiano del término y se somete a una sola de sus razones literarias: pensar la realidad donde quiere que esta le obligue a crear la ficción, crear personajes con un hondo sentido histórico y como la expresión de un universo propio. Reunir en un tomo todos sus relatos cortos (aunque la categoría sea asumida por el número de caracteres o de páginas más que por la hondura semántica) es un ejercicio válido para mirar por encima de las circunstancias y de los vaivenes de la crítica. Pero más que un ejercicio editorial es un hito para el lector; para el nuevo, aquel que descubre la obra de Vásconez; para el viejo que acompañó a este escritor quiteño en sus publicaciones, disertaciones y críticas sobre estos relatos. Para el primero porque de aquí en adelante tendrá un referente impertinente a lo que tuvo como antecedente de lo que es la literatura ecuatoriana. Y para el segundo porque ahora sí es posible entender las ‘razones’ de Vásconez cuando ha sido siempre un peleador con los lugares comunes, con la lectura fácil o con la crítica cómoda o aquella que aplaude o aplasta por joder o fastidiar al autor en lugar de ponderar la obra ante los lectores. Por eso ha sido oportuna esta nueva edición de los relatos de Vásconez y que la misma cuente con estudios como los de Emmanuelle Sinardet. Como ella lo explica y propone, no hay un modelo único para entender su trabajo literario, ese sentido de la escritura provocadora de nuevas miradas y texturas. La crítica ecuatoriana ha sido demasiado egoísta para valorar y destacar algunas de esas etapas poderosas del escritor quiteño, a veces por pura vagancia y otras por la precariedad de conceptos para entender por dónde se sitúan las columnas de una obra como esos resortes que la hacen perdurable, dinámica y coqueta con las nuevas generaciones. Claro, en una lectura óptima (si existiese) el repaso de los relatos también abren un abanico de miradas sobre una ciudad y sus lógicas, las ventanas y puertas de sus secretos, así como un conjunto de personajes para (como lo hace un pintor capitalino) retratarnos del modo que solo la literatura entiende: más allá de ciertas estéticas hegemónicas y banalidades contemporáneas.