Ya son varias las hipótesis sobre el estado actual del periodismo. Una de ellas, la más dramática: el periodismo que conocemos hasta ahora no tiene futuro. Nacerán otras preguntas, entonces, sobre todo alrededor de qué periodista estaremos hablando, construyendo y diseñando desde este presente. Quienes ya hablan del periodismo posindustrial tienen mucha razón porque la realidad es dolorosa o pragmática: los periódicos y las emisoras compiten con la televisión, en desventaja. La pantalla chica seduce e invade todos los espacios. Los periódicos no son rentables en su modo tradicional: la gente compra menos ejemplares y se informa por Internet a través de las redes sociales y miles de páginas web. Y hay una mirada ecologista que se suma a estas visiones, porque producir tanto papel para que la gente no lea y, al contrario, sus ojos estén conectados a las pantallas de celulares, computadoras, tabletas o televisores, genera una producción destructiva de la naturaleza, como denuncian. Ahora bien, lo que en realidad está en discusión no son los registros o formatos de la información, sino si el periodismo seguirá siendo el mismo y si los periodistas ejercerán su oficio con la misma lógica, herramientas y conceptos de siempre. Claro, en el actual estado de desarrollo de las tecnologías para la información no se distingue entre el registro y el formato. Cualquiera de ellos constituye ya una forma común de acceder a la noticia. Incluso, para quienes nacieron con los celulares como su medio absoluto de relacionamiento y de acceso a la información, los periódicos son objetos obsoletos, papel innecesario, estático, en dos dimensiones, sin ningún atractivo. Entonces, ¿cómo se hace periodismo de calidad y con responsabilidad en la era de la información instantánea, en tiempo real, sin intermediarios ni mediaciones? ¿Es posible imaginar una forma de periodismo estructurado, con filtros institucionales y jerárquicos? ¿Hasta dónde la producción colectiva de información cede espacio a la individual y particular masiva? Es probable que esas preguntas merezcan largos ensayos, pero quizá también tengan respuestas mucho más simples. Una, posible, es refundar el periodismo e imaginar todas las estructuras, lógicas y desarrollos que requiere esta profesión en esta era. Eso, de hecho, ya se hace en algunas universidades y en algunos medios de comunicación, elaborando teoría sobre la marcha, aunque con un agravante: a la vez que se teoriza y reflexiona surgen nuevas tecnologías y modos de hacer periodismo. Incluso, para determinados procesos lo que hoy es certeza, mañana es otra duda, y así consecutivamente. Por todo ello, el periodismo como oficio posiblemente ingresa en el campo de las incertidumbres, aunque hay quienes piensan que la lógica fundamental no va a cambiar por más cambios tecnológicos que ocurran. Y sí. Lo fundamental está ahí: buscar la verdad, escribir con exactitud, respetar al otro y amplificar la información con la mayor cantidad de datos y de fuentes. Yo creo que lo esencial no cambia, pero parecería que en estos tiempos las formas inciden mucho también en los contenidos y por ello hace falta una reflexión más profunda sobre la incidencia de los unos sobre los otros y viceversa. Partamos de una premisa: si el periodismo se vuelve urgente y todo lo que ocurre, por más banal que sea, constituye (paradójicamente) una noticia o un asunto de interés público, ¿dónde queda esa responsabilidad de dar la mayor cantidad de información y argumentos para que las audiencias tomen decisiones razonadas? Ya vivimos ese periodismo, como oficio, que solo piensa en captar la atención de usuarios para presentarse ante los anunciantes como los más vistos, aunque lo que ofrezcan sean banalidades, noticia basura o intimidades. De ahí que ese anhelo de un periodismo de profundidad, aparentemente aburrido, pierde sustancia y calidad. Y el periodista, ¿qué rol ocupa en este escenario? ¿Podemos tener periodistas generalistas que ahora abundan y que no hacen sino reproducir y hacerse eco de lo que otros dicen sin mayor mediación? ¿La formación de ellos será la misma y por lo tanto las facultades de periodismo seguirán con las mismas asignaturas mientras en la calle y en las redes la realidad es mucho más vertiginosa que las letanías de profesores y maestros ortodoxos? Me atrevo a decir que el nuevo periodista está enfrentado a otros modos de llevar a cabo este oficio. Los infógrafos, los videoastas, los investigadores y especialistas están haciendo mucho mejor periodismo porque tienen mejores herramientas para comunicar. De algún modo, ese periodista héroe o mártir, activista y defensor de todas las causas está en proceso de extinción, porque su espacio ya tiene quien lo ocupe con mucho más rigor. Entonces, ese periodista tampoco es ya el más necesitado, no constituye ya una necesidad laboral para sostener una empresa periodística. Si es así, vale la pena buscar otras formas de entender el oficio para salir a la calle, sentarse frente al computador y darle un sentido verdaderamente contemporáneo al periodismo, para que no desaparezca y se resignifique para los nuevos propósitos que saltan a diario con la misma velocidad con que ocurren las noticias, supuestamente.