El contexto Sucedió el 12 de febrero de 1949. Según lo que se cuenta de esa noche, los habitantes de la conventual Quito se habían retirado a sus hogares para calentarse del frío. Sin previo aviso, cuando estaba en curso un programa de pasillos con el dúo Benítez y Valencia en Radio Quito, a las nueve, un locutor interrumpió la atención anunciando el avistamiento y la invasión de extraterrestres. La guerra de los mundos se iniciaba en Cotocollao. Los siguientes minutos fueron como una mecha encendida. Rápidamente se sumaron oyentes a la transmisión radial, y los comentarios boca a boca despertaron a quienes estaban casi aletargados, ya sea por la comida nocturna en los hogares capitalinos, o por los efectos del alcohol, en quienes estaban en bares o alguna esquina de la ciudad. El desconcierto se profundizó cuando en medio del programa se oyeron las supuestas voces de autoridades, quienes se dirigían a la población, mientras se avisaba la intervención de las fuerzas públicas. Si la transmisión concitó la atención era por la novedad del evento; es decir, porque un programa radial de pronto se convirtió en un noticiero con boletines urgentes que anunciaban un estado de guerra y de fin del mundo. Todo esto aceleró el estado de ánimo de los quiteños, quienes, a los pocos minutos salieron a las calles, desesperados algunos, otros yendo a confesarse, otros a quemar billetes, otros a hacer lo que nunca habían hecho en su vida, otros a esperar la muerte habiendo declarado a sus seres queridos ciertas cuestiones que habían ocultado en toda su vida. En la media hora posterior a la transmisión, la ciudad estaba trastornada y molesta. Así, pronto una turba enardecida concurrió a Radio Quito —por entonces también el edificio del diario El Comercio— para incendiarla. Existen noticias y crónicas que se escribieron tras el acontecimiento. Sus protagonistas en Quito —Leonardo Páez, director de Radio Quito y del programa que puso al aire la versión de la obra de Welles y del chileno Eduardo Alcaraz, autor de la adaptación, además de un puñado de actores de radioteatro y a los propios cantantes Benítez y Valencia— utilizaron la novela original de H. G. Wells, La guerra de los mundos (1898) y el libreto que hiciera Orson Welles en EE.UU. en 1938, el cual provocó un impresionante susto en la población, particularmente en Nueva York. ¿Qué es lo que pasó? En realidad la ficción del radioteatro, usando la estrategia del noticiero, se mezclaba con la realidad: lo increíble de pronto se corporizaba; era el simulacro de lo verdadero, la creación de un nuevo mundo. Y lo real era la memoria de la invasión extranjera, en referencia a la guerra con Perú en 1942, la fantasmal y poderosa presencia de la II Guerra Mundial y el lanzamiento de la bomba atómica en 1945, además de una época convulsa en la política nacional. La ficción de los marcianos invasores llenó el imaginario social con la ficción de un apocalipsis insoportable. La invasión y la literatura ecuatoriana La ‘invasión’ marciana en Quito ha suscitado en la literatura algunas versiones. Es el caso de la novela La Linares ([1976] 2010) de Iván Egüez, quien fue uno de los primeros en abordar entre sus páginas el hecho de febrero. En esta, la Linares es testigo de su tiempo. Mujer hermosa, enigmática y seductora, es el foco de atención de la sociedad quiteña de mediados del siglo XX. Sabemos de la Linares por un narrador que la recuerda y, desde esa perspectiva, nos enteramos de las vicisitudes de la ciudad: uno de ellos es el “siniestro [del que] se acuerda toda la ciudad” (p. 36), en referencia a la supuesta invasión marciana. En dicha novela, Egüez ensaya una versión del libreto. En 1982, el mayor protagonista de los hechos de Quito, Leonardo Páez, también publicó en Caracas —donde se autoexilió luego de que perdió la credibilidad en Ecuador— una versión novelada de su experiencia: Los que siembran el viento. En tal obra aparece lo que pudo ser el libreto de La guerra de los mundos. Más recientemente, en un par de cuentos del libro de Gabriela Alemán, La muerte silba un blues (2014), se relatan algunos aspectos de los hechos. Así, ‘El viaje extraño’ cuenta la historia de ese lejano narrador —supuestamente Páez— quien relata cómo de cronista de deportes pasó a ser quien motivó la puesta en el aire del libreto de Welles reescrito por Alcaraz. En el cuento ‘El diabólico Dr. Z’, se nos pone ante el mismo Alcaraz, ya viejo, quien enfrenta a un adolescente que le saca en cara haberse apropiado del libreto de Welles, llevarlo a Chile y luego a Ecuador, y después tender una trampa a su mejor amigo para que le inculparan de los hechos luctuosos de febrero de 1949. Alemán, en ‘El viaje extraño’, presenta lo que pudo ser el libreto del programa radial. El libreto de la emisión radial según Páez Cabe decir que el libreto original de La guerra de los mundos desapareció durante el incendio de Radio Quito. Esto evidentemente ha suscitado el interés de los autores señalados en presentar versiones del libreto. Quizá a la versión de Páez, de la mencionada novela, Los que siembran el viento, se le debe prestar más atención en virtud de ser aquel el protagonista de los hechos. Más aún cuando en su libro plantea, si bien como recuerdos, su visión testimonial de primera mano, hecho que obliga a salirnos de la dimensión literaria para entrar en la comunicacional. Voy a centrarme, por lo tanto, en el texto de Leonardo Páez. En su novela, Páez relata que abre su programa con “dos soplos de clarines que se levantan dificultosamente de un disco rayado” (p. 12), dando paso al locutor Raúl López, quien crea el suspenso con estas palabras: “¡Buenas noches, queridos amigos del aire! ¡Son las nueve en el territorio nacional!… ¡El fabuloso programa de la canción criolla, el esperado certamen radial del sentimiento, con la participación de sus más calificados intérpretes de todas partes va a iniciarse!… ¡Tendremos hoy, estimados radioescuchas, óiganlo bien, y recuérdenlo, una noche verdaderamente inolvidable, inolvidable, dable, dable, ble, ble, ble!” (pp. 12-13). Se constata que en la apertura del programa se anuncia el hecho fantástico, aunque seguramente alguna gente confundió el anuncio con el desfile de cantantes encabezados por el dúo Benítez y Valencia. Pero el hecho de remarcar lo fabuloso que será el programa —incluido el eco de las palabras— implica que, en efecto, la transmisión radial y su probable efecto estaban planificadas. De acuerdo con Páez, cuando los cantantes estaban interpretando el pasillo ‘Para mí tu recuerdo’, de pronto el locutor interrumpió para decir con brío: “¡¡Nos invaden los marcianos, nos invaden!!… ¡¡Los marcianos, los marcianos, cianos, cianos, nos, nos, nos!!” (p. 13). Nótese ahora el grito que irrumpe y el efecto de sonido que amplifica la voz. El autor, entonces, relaciona tal pronunciamiento radial como un detonante de lo que va a suceder luego, es decir, con el estado de incertidumbre y angustia que va a reinar por lo menos casi una hora en la ciudad. Pronto escuchamos: “Estimados radioescuchas, la civilización está herida de muerte. Es el hombre en su tragedia. Es la especie frente a su desaparición… ¡Por irremediable, señores, aceptemos lo irremediable!” (p. 15). La nota trágica se introduce de modo inmediato; es decir, el destino que pesa sobre el ser humano, pero esta vez ejecutado por seres extraterrestres. Frente a este preámbulo, el locutor resalta que se trata de información que viene de agencias noticiosas. El anuncio de la invasión se da a las 21:06 de la noche. A continuación, el locutor sigue con la perorata sobre el hombre y lo que debe hacer en ese aciago momento: “Distribuyámonos con equidad este castigo que nos cae del cielo” (p. 16). ¿Por qué estas palabras? Algo de humanismo existencialista con el cual_ se trata de demostrar que los quiteños tendrían que, y debieron entonces, reconocerse en sus propios errores y desproporciones; frente a ello emergería el hombre trágico —que en definitiva es la imagen del propio Páez a lo largo de su novela—. Para lograr realismo en la ficción Páez pone al aire al propio Jefe de Información del diario El Comercio, quien señala que los marcianos habían iniciado su avance hacia Quito desde que aterrizaron en Cotocollao; además señala que hay noticias de avistamientos de seres extraterrestres en El Cinto y en La Magdalena. También indica que otras emisoras internacionales suspendieron sus transmisiones para hablar de la invasión e incluso informar de la suerte incierta de los reporteros en Cotocollao. A las 21:13 el locutor agradece a la audiencia la atención que están prestando a la señal y a las llamadas telefónicas, y dice que se seguirá informando hasta que “caigamos, definitivamente, abatidos por el insospechado poderío bélico del gigantesco usurpador espacial” (p. 26). De acuerdo con esto, el fenómeno de la invasión es ‘global’, sin probabilidades de escape ni salvación. El poderío bélico del extraño rebasa toda imaginación. Esto provoca que la población corra por las calles de Quito. Vuelve acaso la memoria de la invasión peruana a la Amazonía. Siendo las 21:16 ‘aparece’ en la transmisión el Ministro de Gobierno, interpretado por un señor Garzón, popular locutor de cuentos infantiles. El personaje dice: “Por desgracia, compatriotas, sospecho que nuestras armas no poseen las características mecánicas (…) para contrarrestar a las del colosal enemigo” (p. 36). Es evidente, en este relato, la referencia a la calidad del armamento ecuatoriano ante la guerra que también vivió con Perú. No obstante tal afirmación, el supuesto ministro es optimista y más bien señala que el domingo todos irán a la misa habitual. El relato de Páez en las siguientes páginas de su novela es como el de una crónica; mezcla la transmisión con los hechos que se suscitan en los hogares de Quito. Incluso el locutor va narrando ciertos sucesos ‘reales’ que se dan simultáneamente, recalcando la hora y los minutos: así se transmiten noticias sobre sucesos en los hospitales, en la Plaza del Teatro con un choque espectacular, con partes policiales. A las 21:20 hay un contacto con el reportero de Cotocollao quien relata el arribo de los marcianos y lo que hacen, hasta que, de pronto, uno de ellos dispara a la población y al propio relator. Como si fuera una transmisión en vivo, luego el locutor de radio en Quito dice que “Leonardo Páez ha muerto” (p. 48) fulminado por el rayo mortal del arma marciana. Si se quiere, la transmisión duró alrededor de 20 minutos, hecho que suscitó una conmoción que terminó en desastre. Al cabo del anuncio de la supuesta muerte de Páez y tras el griterío que hay en las afueras de la emisora, el locutor dice, improvisando: “¡Señoras y señores, causas ajenas a nuestra voluntad obligan a que… bueno, a suspender la emisión de la novela ‘Guerra de los Mundos’. Parece que, a pesar de los reiterados anuncios de prensa y radio, la producción artística que estaba transmitiéndose, pues, quizás, como diría yo, fue captada como… es fácil de comprender… No llegó a ser transmitida ni en su tercera parte… La obra es mundialmente conocida, pero… Esto no quita que agradezcamos sinceramente por la sintonía de Uds. y naturalmente…” (p. 54). A los pocos minutos, el propio locutor señala la presencia de la turba enardecida y el estado de miedo que ahora ellos viven al verse acorralados por los quiteños enojados. Las dimensiones socio-comunicativas Fuera de ser un relato novelado el que nos presenta Páez en Los que siembran el viento, este además tiene un valor documental. Es así que Páez quiere recuperar el libreto y mostrar cómo este fue variando en tanto la transmisión se daba. Además, Páez apunta que su trabajo fue anunciado ampliamente, como justificación a su presentación. Cabe mencionar tres cuestiones que se desprenden de lo anterior: el libreto como texto literario; la novela Los que siembran el viento como medio de redención; el problema de la responsabilidad en los medios de comunicación. Del libreto como texto literario se puede decir que este, como adaptación del texto de Orson Welles, sigue casi su misma estructura, diferente a la obra de H.G. Wells, el escritor de la idea original. Orson Welles introdujo en el relato la perspectiva mediática, es decir, el lenguaje de lo radial informativo. No obstante, la novela de ciencia ficción fue actualizada cual si fuera una transmisión realista sobre la base de boletines de prensa que rompían con la narración lineal de la obra literaria. Eso es lo que se oyó en Quito también: la versión local, transmitida de noche, cuando la radio era la alternativa para romper con la penumbra, con las calles vacías, con el silencio cuasi conventual de la ciudad; la obra contaba con actores conocidos y también con las supuestas voces de autoridades nacionales. Lo literario supuso, entonces, una forma de apropiación personal y colectiva de la obra, despertando imágenes e imaginarios apocalípticos. De la novela como medio de redención, se debe decir que Páez con esta hace una apología con la que pretendió revertir la imagen del radialista irresponsable que se ganó, hecho que le llevó al autoexilio. En la misma novela, Páez señala que se entregó a las autoridades policiales. Se siguió una investigación y luego se deslindaron responsabilidades. Páez había perdido toda credibilidad, hecho que le costó pronto en su trabajo como radialista —además como músico—. La novela Los que siembran el viento, en este sentido, se pretende como testimonio de lo que pasó. Pero sí cabe insistir en la responsabilidad en el contexto de los medios de comunicación. Este tema sigue estando vigente. Y lo es en la medida en que muchos comunicadores y periodistas tendrían que observar la cuestión de la responsabilidad social derivada de la influencia de cualquiera de los contenidos que puedan crear. Bajo el prurito de una supuesta objetividad e incluso de la bandera de la ficción —que en cierto modo involucra a la crónica— se deslizan ciertos puntos de vista, determinadas visiones de la realidad, algunas desviaciones, etc., que, como en La guerra de los mundos, podrían producir luego una conmoción social. Aquella llevó a la quema de un edificio, y sobre todo, la evidencia de algunos muertos y una cantidad de heridos. Marshall McLuhan, en Comprender los medios de comunicación (1996) señala que “la radio afecta a la gente de una forma muy íntima, de tú a tú, y ofrece todo un mundo de comunicación silenciosa entre el escritor-locutor y el oyente. Éste (sic) es el aspecto inmediato de la radio. Una experiencia íntima. Las profundidades subliminales de la radio están cargadas de los ecos retumbantes de los cuernos tribales y de los antiguos tambores. Ello es inherente a la naturaleza misma de este medio, que tiene el poder de convertir la psique y la sociedad en una única cámara de resonancia” (p. 307). En este marco, se puede inferir que la radio, como ‘tambor de la tribu’, activó la inquietud social quiteña. En el contexto de la responsabilidad social, si tal tambor afectó en grado sumo la percepción de la realidad de la gente, es porque además las distorsiones que introduce el rating —medio para medir la audiencia, pero sobre todo para conseguir réditos económicos—, llevó a que los productores y realizadores hayan pensado de modo perverso el uso de los medios. La perversidad implica valerse de la psicología de masas para sembrar pánico y cosechar en medio de lo que eso suscita. Lo que importa para quien obra sin responsabilidad son las ganancias de la mano de la provocación y del probable malestar social. En su momento los efectos causados por el programa de Welles eran conocidos: pánico, espectacularismo, afán de ganar audiencia y lucro, pero sobre todo, muertos y heridos. Welles pasó también por los tribunales. Si Alcaraz y Páez hubieran sido conscientes de estos hechos, sin duda no habrían pasado por alto el hecho de alertar a la población, de forma también responsable, el que habría ficción en su emisión. Hasta ahora se discute que estos no se hayan valido de la publicidad para crear el ambiente de recepción propicio; esto indudablemente afectó su credibilidad y, claro, pone en evidencia que todo comunicador tiene en sus manos medios que bien empleados pueden ayudar a construir ciudadanía o, lo contrario, crear situaciones de desestabilización con graves consecuencias en la gobernabilidad. Hadley Cantril escribió La invasión desde Marte. Estudio de la psicología del pánico (1940) luego de los sucesos protagonizados en EE.UU. Se dice que, aunque era un estudio basado en una extensa investigación, creó el mito de la conmoción gracias al poder de los medios. Quizá habría que decir, haciendo otra lectura, que más bien la dramatización de la invasión marciana —que puede ser también la supuesta invasión de otra nación—, supone que los medios son, en efecto, eficaces en la creación de mitos que muchas veces no tienen que ver con la realidad. Con los medios se puede crear la imagen de un país en guerra o de un lugar alejado invivible, plagado de monstruos sociales; por otro lado, hoy en día los medios crean de modo incongruente y como si fuera el mejor de los mundos posibles, la realidad de la banalidad que ofrecen los personajes del espacio del espectáculo. Es posible advertir, entonces, que el campo de los medios y el de la propia comunicación cada vez más está siendo penetrado por la ficción.