En el Ecuador, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos, el 53% de la población que tiene un celular activado posee un teléfono inteligente (smartphone). Esta proporción ha crecido de forma espectacular en los últimos años, ya que en 2011 apenas el 8% de los ecuatorianos con celular disponían de este tipo de tecnología. La probabilidad de tener un teléfono inteligente es mayor entre las personas de 25 a 35 años dado que, en estas edades, el 80% tiene celular y, de estos, 6 de cada 10 manejan un smartphone. El celular inteligente está poco a poco reemplazando a la computadora como medio de conexión a internet, sobre todo entre las personas más jóvenes. Como ejemplo de estos cambios generacionales podemos afirmar que, si bien el 84% de los jóvenes entre 16 y 24 años utilizan internet, esta proporción se reduce al 11% entre las personas de 65 a 74 años. El incremento del acceso a internet es uno de los fenómenos más significativos de los últimos años. Cada vez más personas tienen acceso a esta red global y pueden beneficiarse de sus ventajas (acceso a información, compras, manejo de redes sociales, participación en comunidades virtuales, etcétera). En el Ecuador, el porcentaje de personas que son “analfabetas digitales”, es decir, las que no tienen celular activado, no han usado una computadora y no han utilizado internet, se ha reducido del 21% en 2012 al 11% en 2016. Sin embargo, al lado de las ventajas de tener acceso a internet, están apareciendo también nuevas amenazas y riesgos. Una de ellas se deriva del hecho de que, en internet, las personas no siempre tienen el suficiente cuidado de comprobar la veracidad de la información que se recibe o se transmite. Por consiguiente, a pesar de tener acceso a muchísima información, no siempre acabamos mejor informados, ya que mucha de esa información puede ser incorrecta o falsa. Esto es particularmente relevante cuando la fuente de una determinada información no está avalada por la reputación de los medios de comunicación convencionales, sino que se elabora y divulga de forma personal o anónima mediante las redes sociales. En el actual contexto electoral, por ejemplo, se han viralizado mediante redes sociales como Facebook o Twitter muchas informaciones infundadas sobre unos u otros candidatos, generando un contexto de creciente desinformación. Los ciudadanos deben ser responsables y consecuentes para no reproducir informaciones que no tengan el suficiente y debido rigor. Una segunda amenaza del uso de las tecnologías de la información y la comunicación y de las redes sociales es la que tiene que ver con la seguridad y con la privacidad de nuestros datos. Recientemente, Tim Berners-Lee, uno de los inventores de la ‘World wide web’, divulgó una carta abierta en la que mencionaba este tema como uno de los tres grandes desafíos que debíamos afrontar. Según Berners-Lee, hemos perdido el control de nuestra información personal. Esta crítica aparece justo después de que WikiLeaks divulgase la forma como supuestamente la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) ha estado espiando a millares de ciudadanos a través del seguimiento en su actividad en redes sociales, correos electrónicos o uso de los teléfonos celulares. El exagente de inteligencia de la CIA, Edward Snowden, ya alertó hace años sobre las amenazas que implica el espionaje masivo a nuestra privacidad. Los datos sobre nuestra navegación en internet, nuestras interacciones, nuestras opiniones, nuestras redes de ‘amigos’ o las fotos que compartimos en las redes sociales, se utilizan para elaborar perfiles personales que son vendidos a empresas que lucran con su comercialización. Eso hace que la publicidad que recibimos cuando navegamos por internet sea cada vez más personalizada, en función de nuestro perfil social o de nuestros intereses. De alguna manera, alguien podría decir que eso mejora nuestra capacidad como consumidores pero, por otro lado, lo que se ha comprobado es que también nos hace altamente manipulables. La empresa Facebook ha anunciado experimentos realizados sin conocimiento ni consentimiento de sus usuarios para inducir emociones en las personas que utilizan esa red social, a partir de la exposición de determinadas noticias en sus ‘muros’. Alguien, interesadamente, podría estar influyendo en nuestro ánimo o generando expectativas o comportamientos en nosotros sin que nos demos cuenta. Michal Kosinski es un experto en psicometría vinculado a la Universidad de Cambridge que ha utilizado Facebook para hacer perfiles de personas en función de cuestionarios y del análisis de su uso de la red social. Los modelos desarrollados por Kosinski han permitido saber, únicamente a partir del análisis de los ‘likes’ que una persona hace en Facebook, su color de piel, su orientación sexual o su proximidad a un determinado partido político, a pesar de que esos datos no sean públicos. Este tipo de información, sumada a toda la que dejamos en la red puede ser utilizada para modificar nuestra conducta. El tercer riesgo es la creciente dependencia que genera el uso de las redes sociales y, en particular, de los teléfonos móviles entre las personas jóvenes. Una encuesta de la Asociación para la Investigación de Medios de Comunicación (AIMC) sobre el uso de internet en España, publicada el pasado 9 de marzo, indica que el 70% de las 15.000 personas encuestadas afirman que no podrían vivir sin su celular. En el caso de las redes sociales, se ha comprobado que obtener respuesta a nuestros mensajes o recibir ‘likes’ por nuestras publicaciones genera una descarga de dopamina, conocida como “la hormona del placer”, que es similar a la que se produce al tener conductas adictivas, como al fumar o al tomar alcohol. Esto, asociado a la necesidad de reconocimiento social -que es parte de los procesos de afirmación de la identidad que se produce en el paso de la adolescencia a la juventud-, produce jóvenes crecientemente dependientes de las redes sociales. (I)