Obama en Argentina repitió el peor decálogo de los visitantes estadounidenses, cuando son políticos: creyó que caer simpático es proferir obvios lugares comunes: que admira la cultura argentina, que ha leído a sus literatos (??), que ha aprendido mucho de los argentinos (???), que le gusta tomar mate (????) y parecidas banalidades.
Obviamente, el presidente de EE.UU. apenas sabe en qué lugar del mapa está el país sureño, dice lo mismo que diría en Japón, Egipto, Irlanda o Costa Rica -cambiando el mate por el ron en este último caso, claro-. El hartazgo ante esta gastadísima fórmula -muy parecida a la que un patrón de estancia aplica si visita ocasionalmente el rancho de su peón- no impide que se la siga usando como si tuviera alguna eficacia, y se la continúe practicando con entusiasmo digno de mejores motivos.
Dejemos de lado que Obama dijo que visitaría la tumba de los desaparecidos; es decir, que no tenía siquiera idea precisa de un drama que ha alcanzado repercusión mundial, y que lo llevó -al día siguiente de esa declaración- a hacer un homenaje a los desaparecidos por la dictadura. Acto al cual se negaron a concurrir los organismos defensores de derechos humanos y al que solo Macri lo acompañó, un presidente por completo ajeno a la tradición de cuatro décadas de lucha por la memoria, verdad y justicia en torno a esas personas brutalmente asesinadas.
Pero no todas fueron banalidades. Se ha denunciado periodísticamente que, más allá del ruido mediático en torno de las posibles inversiones empresariales en Argentina, los elogios a las políticas proestadounidenses del macrismo y el aplauso por el libre comercio que siempre favorece a los más fuertes, hay también peores aristas como frutos de la visita del presidente que aún no cierra Guantánamo, a pesar de sus interminables promesas hechas antes de cada una de sus dos elecciones presidenciales.
Habría facilidades para la inteligencia estadounidense en Argentina -la cual nunca ha dejado de ejercerse, por cierto-, que podría así actuar con más comodidad y apoyos.
Incluso se habla de la posibilidad de instalaciones militares del país del Norte en Argentina, algo bien conocido en Ecuador por la digna posición del gobierno de Correa en la sede de Manta. E incluso se comenta de una posible entrada de Argentina al Tratado Trans Pacífico, una especie de ALCA redivivo y reforzado, que llevaría a ese país (y a todos los que firmen) a renunciar a su soberanía en cualquier conflicto económico con las grandes corporaciones trasnacionales.
Todo ya sabido... es cierto. Un viejísimo libreto imperial: también es cierto. Pero no todas fueron banalidades. En algunas medidas sugeridas se va el destino de la Argentina, en términos que quieren repetirse para otros países de la región. (O)