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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Sudamérica: sombras, nada más

22 de abril de 2016

El dolor y la angustia sobre Ecuador. Se ciñe de pronto la aparición de lo inesperado y de lo fatal: la naturaleza que obra en total desconocimiento de lo que somos los seres humanos, de nuestras escalas corporales, nuestra pequeñez frente a lo telúrico, nuestra indefensión ante el desastre. En esa dimensión de lo que escapa al ser humano, aparece luego la marca social: todo es peor si las viviendas son más pobres, si la edificación es más precaria, si los apoyos y las ayudas están menos presentes o son poco eficaces. La marca de lo humano -y de su organización en lo político- hace que el desastre sea menos extendido. No puede impedir lo macizo del golpe, sin embargo, los muertos, el dolor de sus familiares, los múltiples heridos, están allí irremisiblemente presentes. Solo puede ponerse un dique parcial, que impida que lo más funesto se disemine por el conjunto de la población. En Brasil, el mazazo es de otro orden: se vota el juicio político a la presidenta en Diputados, con lo cual se da un paso decisivo hacia su destitución. Una presidenta que llegó legal y legítimamente a su lugar. Miembro de un partido que sacó a 40 millones de brasileños de la pobreza. Una mujer que sufrió torturas en su juventud, por jugarse la vida contra el régimen militar de entonces; que dirige un gobierno que venía fluctuando en su definición, con grandes baches en lo económico. Con una corrupción grande en su partido, como la hay también en otros, singularmente de parte de algunos personajes centrales para su destitución, como es el caso del diputado Cunha. Con una acusación baladí en su contra, que nada tiene que ver con corrupción. Con complicidad judicial, evidente cuando se impidió que Lula asumiera en el gabinete de Dilma Rousseff. Con una población que no sabe bien a qué está abriendo las puertas al expulsar a su presidenta legítima. Con juramentos vergonzosos al votar el impeachment, como cuando alguien vivó a la tortura y al régimen militar que la consagró. Con decenas de diputados evangelistas fanatizados por la extrema derecha, que hasta han inventado la figura de ‘ex gay’ (¿?), pues creen que la homosexualidad no es una identidad de género sino una posesión por el demonio, de la que se puede voluntariamente abdicar. En fin: un golpe de Estado injustificable. Un golpe que pone sombras en el futuro de la democracia latinoamericana en su conjunto.

En Argentina ya se consumó la llegada de la derecha. Y las desastrosas medidas de la actual administración macrista y neoliberal (cesantías masivas, devaluación, tarifazos gigantescos, inflación galopante, nuevo endeudamiento externo) se pretenden adscribir a la supuesta herencia recibida desde el anterior Gobierno. Así, la dirección gubernativa actual se escuda en que lo malo que hace no sería hecho por su propia voluntad (si bien, ciertamente, es por completo afín a su programa y su ideología). Para convencer de ello cuenta con una justicia que en Argentina no es ciega, sino tuerta. Así, sirve a una feroz ofensiva mediático-político-judicial contra el Gobierno anterior, que es la gran cortina de humo del desastre económico. Un sector decisivo del Poder Judicial ve la paja en el ojo kirchnerista, pero nunca la viga en el de Macri. Así, un presidente que subió procesado por una causa de escuchas ilegales, ahora está imputado por sus empresas off shore. Pero, todo el peso en lo judicial y mediático va hacia el pasado; la audacia judicial solo puede con los que se fueron. Con los de ahora, predominan el disimulo y la complicidad. De tal modo, la saga de causas contra el Gobierno anterior (algunas justificadas, otras discutibles) se da sobre el contraste con un presente para el que abundan las presunciones de corrupción, pero no su encausamiento judicial. (O)

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