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El Telégrafo
*Fernando Falconí Calles

Martí y la integración

29 de enero de 2016

Ayer se conmemoraron 163 años del natalicio del Héroe Nacional de Cuba -y de América- José Martí. Este cubano universal es autor del ensayo Nuestra América, que constituye un aporte fundamental al ideario anticolonial y antiimperialista de los pueblos de América del Sur y el Caribe.

“Lo que quede de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse con el pañuelo en la cabeza, sino con las armas de almohada (…). Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos (…) ¡Los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes”. El ensayo de José Martí es un modelo de pensamiento lúcido que supo leer la realidad de su tiempo y descubrir las tareas urgentes. Apareció por primera vez en la Revista Ilustrada de Nueva York el 1 de enero de 1891 y el 30 de enero de ese mismo año en el Partido Liberal, de México. Esta obra, creada en vísperas de la fundación del Partido Revolucionario Cubano, define con nitidez los problemas fundamentales de la América nuestra.

Nuestra América no es un canto a un pasado glorioso ni un manifiesto americanista, es un programa político establecido sobre la base de las necesidades más urgentes del continente, donde se afirma lo nuestro, para poder mostrar mejor el proceso de inversión de valores producido por el dominio colonial. El ‘Apóstol’ sostiene que la unidad continental se afianza en la unidad nacional; y la nación se afianza, a su vez, en la recuperación de la unidad de latinos, anglosajones, indios, negros, mestizos; marginados los tres últimos por la dura experiencia colonial.

Cuando Martí habla de la identidad autóctona, sostiene que los habitantes de los pueblos de América deben conocerse, para alcanzar un grado de identidad y afinidad, para luego convertirse en sujetos de su propia historia y no en instrumento y presa fácil de los poderes imperiales. Esta identidad debe construirse, sostenía Martí, a través de la cultura porque “los pueblos cultos son pueblos libres”.

En 1826 se instaló en Panamá el Congreso Anfictiónico, convocado por el Libertador Simón Bolívar, que tenía como objetivo crear una confederación de los pueblos iberoamericanos, desde México hasta Chile y Argentina. En aquel año, Bolívar visualizaba: “Este Congreso parece destinado a formar la liga más vasta, o más extraordinaria o más fuerte que ha aparecido hasta el día de hoy sobre la Tierra. La Santa Alianza será inferior en poder a esta Confederación (…)”.     

Los rostros de Bolívar, Artigas, San Martín, Sucre, Martí, Alfaro, Sandino, Morazán y tantos patriotas latinoamericanos y caribeños, también estuvieron presentes en la IV Cumbre de la Celac, que representa la unidad en la diversidad. La Celac ha resuelto -entre otros puntos- decir sí a la solidaridad y a la redistribución de la riqueza. Ha decidido fortalecer la educación, la tecnología y el conocimiento. Va por la construcción de una nueva arquitectura financiera, para no caer en la trampa de los préstamos caros que otorgan los organismos financieros internacionales. Los consensos  se logran en el marco del respeto y la fraternidad. Larga vida para la Celac. (O)

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