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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

El adiós a Mohamed Alí

10 de junio de 2016

Era entonces, para mí, el inocente tiempo del asombro y de la infancia. Las revistas deportivas me allegaban al mundo de las luces de la ciudad, de los flashes, de los ídolos futboleros, cuyas piruetas adivinaba yo pegado al aparato de radio los domingos. El deporte era el pretexto para la lectura y el ensueño, para imaginarse ser un crack, como entonces se decía, que pudiera hacer las delicias de las tribunas abarrotadas. Fue cuando irrumpió Cassius Clay, que así se llamaba antes de ser Alí. Algo de atención prestaba yo antes al boxeo, pero con él fue diferente. El joven vaticinaba en qué round acabaría con sus adversarios, vociferaba en la cara de quienes pelearían con él, a la hora del pesaje; se autoglorificaba diciendo que él era el más fuerte y más hermoso. Y era, por cierto, un hombre apuesto siendo -y no es detalle menor- de etnia negra. Y, por ello, visto como parte de esa incómoda minoría que puebla Estados Unidos luego de la abolición de la esclavitud y de la Guerra de Secesión.

Al boxeo, como deporte de pobres que por esa vía podían llegar a ricos, iban a dar muchos negros. Ya habían sido recientes campeones de peso completo Floyd Patterson y Sonny Liston, el primero derrotado por el segundo en menos de un minuto. Clay apabulló sucesivamente a los dos, con esa cadencia de saltos elegantes por todo el ring, con la singular mezcla de agilidad y potencia que había puesto en ejercicio.

Y fue hijo leal de su época. Hizo lo imperdonable en su país, para aquellos tiempos: negarse a ir a la guerra. Negarse a participar en una carnicería injusta. Sufrió persecución deportiva y personal por ello.

Y luego fue Mohamed Alí. Un nombre musulmán para desafiar al poder del imperio. Con reconocimiento a Malcolm X y a los Panteras Negras, algo que mis candores infantiles no elaboraban ni entendían. Se lo presentaba como un cobarde o un aventurero, cuando era alguien decidido a cambiar gloria por dignidad, y dinero a raudales por principios. No quiso ser marioneta del capitalismo, figurita de publicidad, títere de los billetes en uso. Fue coherente consigo mismo y con sus convicciones. Toda una fotografía de época. Tiempo en que se vivía y moría por creencias, cuando se sacrificaban el ‘Che’ Guevara y Camilo Torres, cuando toda una generación plantaba decisión y soberanía frente al imperialismo y sus designios.

Batallas que se renuevan, que hoy tienen otros nombres, otros escenarios y procesos. Pero que dejan el inevitable sabor de la nostalgia por aquel tiempo de auroras, de rebeldías, de Beatles, de hippies, de psicodelia, de minifaldas, de ruptura, de sed de futuro en toda una generación. Esa de Cassius Clay, la que admiró el talento y la valentía de Mohamed Alí. (O)

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