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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Disparen contra Maduro

21 de febrero de 2014

El ‘golpe blando’, de blando no tiene nada. Lo vemos ahora en Venezuela: el invento de Sharp para producir un golpe de Estado ‘posmoderno’ implica la apelación a la violencia abierta en la calle, la agitación sin límites, la acción propagandística crispada por los medios y -por cierto- la subida de la escalada de desorden social hasta el paroxismo.

El Gobierno venezolano parece haber superado el trance. Como ha sucedido otras veces, el sector más intransigente y antidemocrático de las oposiciones políticas pronosticó antes de los hechos que iba a haber muertos, y luego los hubo. Tal curioso profetismo muestra quién es el que propicia la violencia callejera y pública, la cual -es obvio- en cualquier ocasión y ante cualquier régimen político, favorecerá siempre a las oposiciones (en tanto debilita a los gobiernos).

Ahora Capriles pasó a un segundo plano; si quiere ser opción electoral, no puede aparecer como propiciador de la virulencia callejera. Leopoldo López, emergente como dirigente, se presenta como líder de una rebelión abierta y sin respeto alguno por el régimen democrático. Por supuesto, queda mal atacar a la democracia, de modo que el asedio a la misma se practica en proclama de que se la está defendiendo. Pero el derecho a la protesta pacífica (que por cierto tienen y gozan las oposiciones venezolanas, como corresponde a cualquier régimen con libertades en el mundo) no da derecho a quemar automóviles, disparar desde motocicletas, desestabilizar explícitamente. Un dirigente estudiantil -que en los hechos está apelando a la lisa y llana sedición contra las autoridades legítimamente constituidas en Venezuela- señaló que no dejarán de manifestar “hasta que Maduro renuncie”. Es decir, absoluto desconocimiento de los mecanismos democráticos de reemplazo de autoridades, y llamado a impedir que estas puedan cumplimentar los mandatos que tienen legal y legítimamente establecidos.

Pero Maduro no va a renunciar, y menos va a hacerlo el pueblo venezolano a los logros obtenidos en los últimos años. El gobierno chavista no es perfecto, ni mucho menos que eso; pero quince años de gobierno no podrían explicarse por apelación a casualidades. Los índices de corrupción están años luz por debajo de los que había cuando conducía el país la dupla Copei/Adecos. La redistribución de la renta es notoria, y han bajado la pobreza, el analfabetismo y la desocupación. Todos los índices sociales son hoy mejores, reconocido esto aun por parte de la prensa de derechas de varios países sudamericanos, la que de cualquier modo vive en campaña abierta contra el Gobierno venezolano.

Hay inflación en Venezuela y ello no es bueno, pero si los salarios están por encima -en sus incrementos- de los índices de inflación, ello no conlleva gran problema a la población. España tiene hoy cero de inflación, y está en el hambre y la recisión generalizadas. Hay que hablar de la economía toda, no destacar solo la inflación, la cual constituye lo único que le interesa subrayar a la derecha. El PIB y el gasto social venezolanos han crecido en estos años, y sus altos índices siguen vigentes ahora.

Veremos si triunfa la democracia o triunfan el espionaje ilegal de Estados Unidos (que niega estar interveniendo, pero...¿para qué tendría su espionaje, si no fuera para hacerlo?), la burla a las instituciones de la República y el desconocimiento abierto y brutal de la voluntad popular manifestada en las urnas. Si ocurriera esto último, mal futuro esperaría a Venezuela y a quien se atreviera a instalarse como nuevo gobierno, el cual sería obviamente ilegal e irrepresentativo: el ejemplo del peronismo en la Argentina (desplazado por golpes de Estado en 1955 y 1976 para ‘acabarlo’ cada vez, y no lograrlo en ninguna) puede servir como espejo de un futuro negro, en el cual se daría la apertura al conflicto social permanente y la imposibilidad de legitimación de regímenes políticos basados principalmente en el recurso unilateral a la fuerza.

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