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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Banalizar la política es favorecer a la derecha

15 de julio de 2016

Advierto con cierta alarma la aparición actual, incluso en artículos de opinión, de una notoria banalización de lo que se afirma sobre política. Hablar mal de la política y de los políticos es fácil y obvio, pero poco aporta (se base o no en hechos reales) a comprender las complejidades de la acción de Estado, y menos aún a la posibilidad de mejorar las prácticas respectivas.

Se argumenta que “todos los políticos son iguales”, porque todos quieren llegar a cargos de poder. Es como decir que todos los equipos de fútbol son iguales, porque todos quieren ganar. Y si bien no solo de ganar vive la política, sin ganar no se vive. Sin ganar, no se consigue nada: de modo que pensar solo en ganar es limitado, pero no pensar en ello impide cualquier acción de transformación política concreta. Hay que pensar en ganar, nada de malo hay en ello (más bien lo contrario, contra cierta izquierda purista que exhibe horror a las responsabilidades concretas de la organización política y del manejo del Estado).

Se critica el liderazgo de Correa, y seguramente habrá siempre algunas razones parciales para hacerlo. Pero no parece advertirse el rol constitutivo que el liderazgo tiene en la conformación de movimientos populares como PAIS; no es que el pueblo haya estado preconstituido como tal y esperando un liderazgo, sino que este fue el que constituyó la subjetividad política en tanto colectivo, a partir de la interpelación discursiva realizada desde el más alto sitial del Estado. La teoría de Ernesto Laclau ha dejado mucho establecido al respecto y -basada en el psicoanálisis de Lacan- muestra que la constitución de la subjetividad se da siempre desde el Otro, nunca acorde al sueño decimonónico de la autonomía y la inmanencia.

Por supuesto, no es fácil establecer la continuidad de procesos populares más allá de los liderazgos. Pero ello remite a un problema a trabajar en lo teórico y político, no a una situación donde lo que quepa sea apostrofar el liderazgo, como si se tratara de un lastre que hubiera que tirar por la borda.

No reemplacemos el duro trabajo del concepto -y de la práctica política- por la apelación al atajo fácil de la denigración y el rechazo de la mediación política. Ello, porque hay que tomarse en serio las lecciones del complicado presente latinoamericano: bien muestra hoy la Argentina que de ninguna manera todos los políticos son iguales.

Quizá algunos intelectuales no han conocido, o han olvidado, lo que son las políticas de la derecha, y las confunden ingenuamente con los errores o limitaciones de los gobiernos de orientación popular. Pero con la calamidad en la Argentina de hoy (donde se invita al ex Rey de España a la celebración de la independencia nacional -independencia de España, claro-, y el exmilitar golpista Aldo Rico desfila tranquilamente en dicha celebración mientras las tarifas de servicios a la población suben hasta más del 1.000%), se demuestra que hay que diferenciar la paja del trigo, y evitar comparar las insuficiencias de un gobierno popular con los horrores de los gobiernos de signo neoliberal y entreguista. (O)

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