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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

A veces ganan los buenos

17 de febrero de 2017

“Papá, ¿por qué nunca ganan los buenos?”, preguntaba mi hijo de por entonces 10 años. Veía él con angustia, mi propia angustia: la de una nueva derrota de lo popular en manos de amanuenses del capital, de políticos puestos solo a enriquecerse, de políticos-empresarios o amigos directos de los grandes empresarios.

Qué decir a la inocencia de un niño de esa edad, que advertía una vez más mi amargura frente al televisor que decretaba, despótico e irrebatible, que los gobiernos seguirían siendo ‘los de siempre’. Como de costumbre, tal cual cantaba Alberto Cortez.

Y así ha sido en casi todos nuestros países hasta los años noventa. Pero en los albores de este siglo XXI se produjo el milagro: en varios de estos países latinoamericanos ganaron los buenos. Unos buenos que la historia no tenía previstos, que irrumpieron de golpe y sin libreto, que mejoraron concienzudamente las condiciones de vida de las poblaciones de sus respectivos países; en particular las de los más pobres, acercándoles acceso a salud, vivienda, transporte, educación.

Son gobiernos que ganaron prestigio por sus fuertes logros sociales, pero que fueron escarnecidos y atacados desde la prensa y la televisión, que en no pocos casos han logrado desacreditarlos ante algunos estamentos de la sociedad.

Por supuesto, hay quienes piensan de otro modo y entienden que los buenos son los otros. Es una posición un poco más cómoda: tienen mucho viento a favor. Medios de difusión, dineros, bancos.

Muchos, en Argentina, creyeron que los buenos estaban en el gobierno de Macri. Hoy el presidente suma ya 5 imputaciones judiciales, y en estos días se lee por todo el mundo el escándalo con el arreglo entre el Gobierno y la empresa del padre de Macri -de la cual el presidente argentino fue socio-, que conlleva pérdidas millonarias para el Estado argentino, según ha mostrado la fiscal del caso.

Los malos -como en algunos viejos filmes de vaqueros- muestran finalmente su linaje. Antes de eso, algunos pueden creer ingenuamente que son ellos los que representan el cambio necesario: pocos pueden prever que luego vendrán el hambre, los ‘tarifazos’, la desaprensión. Y también la llegada de corrupción que se asocia a los grandes negocios internacionales.

La anécdota ha ocurrido en Argentina; pero, ciertamente, puede pensarse también desde otras diversas latitudes. (O)

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